En México existe la tradición de emplear los últimos doce segundos del año para comer doce uvas, al ritmo de las últimas campanadas. Cada campanada y cada uva representan los meses del año y todas deben de ir acompañadas de un deseo. La tradición es tan popular, que una bolsa de uvas puede costar el triple de su precio habitual un 31 de diciembre. Para el fin de año, las carreteras van embotelladas por quienes tienen los medios para salir de la ciudad e ir a festejar.
Muchos tienen la costumbre de hacer extensivos propósitos de año nuevo y es célebre la frase “año nuevo, vida nueva” o new year, new me, en inglés. Ante todo esto yo me pregunto ¿por qué? ¿Qué tanto puede cambiar la realidad del 31 de diciembre al 1 de enero? ¿Estrenamos self con el cambio de calendario? Creo que lo que hay detrás de estas costumbres y rituales, a mi parecer hipomaniacas, existe una gran ambivalencia y angustia.
Con el comienzo de este año, un paciente me platicó cómo el cambio de año lo hizo sentir triste, terriblemente triste. Me contó cómo “darle otra vuelta al Sol” lo hacía sentir que no había alcanzado nada, que se le había ido otro año sin lograr sus metas, lo cual hizo que dieran vueltas en mi cabeza preguntas como ¿quién decide que le damos una vuelta al Sol al acabar diciembre? ¿Por qué el tiempo tiene este peso sobre los humanos?
He escogido el año nuevo como ejemplo ya que es un fenómeno mundial y uno de los casos más claros de lo que la noción temporal puede hacer en la conducta y pensamiento de los humanos. Sin embargo, quisiera dedicarme de ahora en adelante al problema del tiempo. Le llamo problema, pues desde su definición es ambiguo. En el Diccionario de la lengua española, la palabra tiempo tiene dieciocho definiciones. Empezando por aquí, puedo decir que la palabra tiempo es difícil de definir por la cantidad de representaciones psíquicas que implica. A la vez, su medición es un sistema minuciosamente armado, cuya unidad principal es el segundo y basta con abrir un teléfono celular para tener la certeza absoluta de cuál es el momento en el que nos encontramos. Un segundo dura un segundo, no más, no menos. El tiempo es tan preciso como confuso, pues hay horas que se pasan volando, y horas que parecen eternas, pero todas duran sesenta minutos.
Una de mis más grandes intrigas durante esta investigación fue entender cómo llegamos a la medición temporal actual, quién decidió en qué momento empezó el tiempo. Así como he aprendido que para dar una interpretación es necesario tener un mapa mental del paciente, considero imprescindible conocer los orígenes de la noción temporal para explicar su función actual.
Vivimos en el año 2016 pero estamos conscientes (o preconcicentes) de que el mundo tiene mucho más de dos mil años de edad. El geoquímico C.C. Patterson, tras romperse la cabeza trabajando con meteoritos restantes de la creación de la Tierra, estimó que nuestro planeta tiene alrededor de cuatro mil quinientos millones de años. Desde entonces, el tiempo corrió sin medirse, el tiempo corrió sin existir, desde el mundo de protozoarios hasta las primeras civilizaciones.
Para estas culturas, pertenecientes al periodo neolítico, fue necesario un sistema que les permitiera sacar mejor provecho de la tierra en los diferentes climas. Es decir, que las estaciones se empezaron a medir a partir del inicio de la agricultura. Los primeros calendarios registrados pertenecen a los babilonios y egipcios, son de hace más de 5000 años y servían para coordinar eventos públicos, planear el comercio y regular la siembra. Las culturas más cercanas al cono sur adoptaron un calendario lunar, mientras que aquellas en que los días son más largos se rigieron por ritmo del Sol.
Los egipcios observaron doce constelaciones, por lo que decidieron dividir cada periodo de luz, y cada periodo de obscuridad, en doce unidades. A partir de entonces, el tiempo deja de ser determinado por la naturaleza y comienza a estructurarse como un sistema arbitrario, que no se basa en ningún ciclo de la naturaleza. Estas horas empiezan a medirse con relojes de sol y por las noches, con relojes de agua. El sistema temporal egipcio es llevado por el Imperio Romano al resto de Europa, que será la base del calendario Juliano (creado en el año 45 a.C.), para finalmente convertirse en el calendario actual, el Gregoriano.
El gran parteaguas se da con el cristianismo. Puente (2010), explica que a partir de entonces “el concepto de tiempo aparece como diferente al de eternidad: es su sombra. El tiempo es algo creado y tiene comienzo y fin. Adquiere una estructura determinada y se subdivide en dos grandes épocas: la anterior y posterior al nacimiento de Cristo.” Este tiempo es vectorial, lineal, irreversible, y tiene su origen en un mito histórico. El cristianismo le quita al tiempo su cualidad cíclica para concentrarse en el pasado y el futuro.
Durante la Edad Media, la Iglesia católica fue el reloj del mundo. Los humanos de este entonces, sabían qué hora era al sonar las campanadas de las iglesias. Se dice que esto le daba a la Iglesia un poder particular (Puente, 2010). Sin embargo, los campesinos seguían guiándose por la naturaleza y mantenían aún la noción cíclica del tiempo.
Los tiempos feudales lentamente fueron reemplazados por el predominio de las ciudades. La ciudad es un lugar creado por el hombre que se aleja de la naturaleza, lo cual hizo necesario un mayor rigor en la medición del tiempo. El primer reloj mecánico registrado aparece en 1283 y da lugar a las horas uniformes. Respecto a esto, Puente (2010) describe que “con el triunfo del tiempo lineal y el aumento gradual de la precisión, el presente se comprime y se convierte en algo efímero, irreversible e inaprehensible. Al constatar que el tiempo no se detiene aún en esencia de hechos, empieza a percibirse la necesidad de economizarlo, de usarlo racionalmente y llenarlo de acciones útiles”.
Los relojes mecánicos también permiten que la medición del tiempo tenga un lugar más importante en el campo de las ciencias. Esto, a su vez, aumente la conciencia sobre la importancia del tiempo en sí.
En el siglo XIV, se instalan grandes relojes en las fachadas de los edificios municipales, inspirados en la astrología, medían también las órbitas de los planetas y estrellas. Para este entonces, la Iglesia ha perdido el poder social asociado con dictar la hora.
El tiempo medido por los relojes mecánicos, es llamado tiempo secular. Se parece mucho al actual, excepto por un detalle. Los relojes podían tener un margen de error, el cual no importaba; daba igual que fueran las cinco de la tarde, que las cinco y cuarto, las cinco y veinte, etcétera. Esto cambia con la llegada del ferrocarril, que exigió un tiempo oficial y exacto. Es a partir de aquí que en 1831 los observadores astronómicos comenzaron a dictar la hora exacta por telégrafo a las estaciones de tren. En 1852 el Observatorio de Greenwich establece un patrón único para Gran Bretaña y Estados Unidos impone cuatro husos horarios en su territorio. Finalmente, en la Conferencia Internacional del Meridiano de 1884 se decide dividir al mundo en 24 zonas horarias, facilitando la navegación y el comercio.
Este recorrido, en el que intento condensar una eternidad, es para mí espléndidamente ilustrativo. Así como el psicoanálisis propone mirar hacia atrás en la vida de una persona para comprender su personalidad, he hecho un esfuerzo por entender el largo camino recorrido hasta llegar a un sistema mundial, acatado por la gran mayoría. Para funcionar en sociedad, aceptamos decir que vivimos en el año 2016 y no en cualquier otro, aunque se trate de un número arbitrario. No es necesario ser cristiano para aceptar la división de los tiempos. La humanidad está en desacuerdo sobre muchos conceptos, pero el día y la hora, son un acuerdo tácito.
Hoy en día, es un lugar común escuchar frases como no tengo tiempo y los habitantes de las grandes ciudades parecen vivir perseguidos por el avanzar del reloj. La actual preocupación constante por el tiempo es un constructo que viene desde el momento en que dejamos de medir el tiempo, para que él nos midiera a nosotros. No estoy segura si esto empezó desde el primer reloj o con la revolución industrial, aunque más bien parece ser un proceso largo y bien instaurado en el psiquismo actual. En la cultura popular es muy fácil apreciar la angustia que despierta el paso del tiempo: basta con ver los tabloides que muestran hombres y mujeres que no envejecen, ya sea gracias al Photoshop, la cirugía estética, las plastas de maquillaje (o la combinación de los tres). El boom de la cirugía cosmética en los tiempos recientes habla de una sociedad que busca a toda costa negar el paso del tiempo en su cuerpo, que cree encontrar en lo falso y el plástico, la fuente de la eterna juventud.
Encuentro en la historia de la medición del tiempo, un paralelismo con el desarrollo psíquico: desde una época primitiva que al avanzar, desarrolla un lenguaje, se hace de la realidad a la vez que la realidad se hace de ella y que entre muchos otros sucesos, se adapta, como los pasos de un bebé hacia la adultez.
En su trabajo El tiempo y el inconsciente, Marie Bonaparte (1940) explica que los relojes son uno de los primeros maestros que tienen los niños. En la primera infancia, el tiempo es algo que pertenece al mundo de los adultos. Para el bebé existe lo que pasa ahora, y poco a poco va comprendiendo que no sólo existe el ahora. El niño comienza a ubicar sucesos que aún no existen, aprende a esperar algo que vendrá en un futuro. Conforme siga creciendo, su memoria se desarrollará más y con ello empezarán a existir los recuerdos. Este humanito empieza a comprender que vivó antes, vivirá después, y vive ahora. Para tener una noción del tiempo, es necesaria una mente capaz de recordar. Usaré como ejemplo a mi sobrino Iker, quien recientemente cumplió cuatro años. Al no haberlo visto el día de su cumpleaños, le pregunté, un mes después ¿cómo estuvo tu cumpleaños, Iker? a lo que reaccionó con un gesto de extrañamiento, e insistí: sí, fue tu cumpleaños. Con toda naturalidad el respondió; no, falta mucho. En mi mente adulta, su cumpleaños acababa de pasar, en la suya, no. Aunque el recuerdo no esté presente, ya existe la noción del futuro lejano, lejanísimo, para él.
Muchas escuelas de educación preescolar tienen en sus salones letreros con los días de la semana y los meses de año, lección que los niños repasan día tras día. ¿Qué día es hoy? ¿qué día fue ayer? ¿y mañana? son algunas de las preguntas básicas que hará una maestra de preescolar, que se repetirán una y otra vez. Así como a la humanidad le tomó siglos llegar al consenso actual, el niño necesita lo que para él bien podrían ser siglos (ya que en ellos el tiempo pasa mucho más lento) para ubicarse en el tiempo del Meridiano de Greenwich y entender que primero fue ayer, y que ayer fue lunes. Comprender el tiempo implica entender la causa y el efecto de las cosas. Un ejemplo de esto puede ser la resolución del complejo de Edipo, donde el niño o niña entiende que ceder ante sus deseos incestuosos le traerá consecuencias terribles, y opta por esperar a ser “grande,” como dicen los niños, y conseguir el amor de alguien como mamá y papá. Es decir: para que sea jueves, primero tiene que pasar el miércoles, y para tener una pareja, tengo que esperar a crecer.
Por otra parte, si entiendo que hoy es día martes, estoy consciente de que no estoy en un jueves, ni ningún otro día de la semana. ¿Por qué recalco esta obviedad? Porque al ubicarse en el día, el niño hace uso de su proceso de pensamiento secundario, ya que si usara el proceso de pensamiento primario, no podría entender lo negativo, lo ausente. El proceso primario es más primitivo que el secundario y caracteriza al sistema inconsciente. En mi experiencia, la manera más sencilla de entender el proceso primario es que se trata de la forma en la cuál pensamos al soñar. El proceso de pensamiento secundario es aquel en el que entra la lógica y el orden, el cual se va instalando en la mente de un niño durante su desarrollo.
Se habla repetidamente de la atemporalidad de lo inconsciente, desde las ideas de Freud hasta los complejos esquemas de Ignacio Matte Blanco. Bonaparte (1940) defiende esta hipótesis al referirse al sueño, reino de lo inconsciente, “pues el tiempo no es solo ‘el guardían del dormir’, es también el guardián de las ilusiones perdidas de la niñez, incluyendo la más fundamental de todas, aquella que se relaciona con el tiempo.”
Hans Loewald (1962) se pregunta qué es lo que une a las estructuras psíquicas, cuál es el principio que da unidad, y sugiere que aquello que las une es el tiempo. Para él, la comprensión de los diferentes tiempos implica el uso adecuado de las funciones sintéticas, integrativas, organizadoras, de presentación y representación del yo. En El tiempo y el superyó, este psicoanalista alemán explica cómo, cuando un individuo deja atrás el narcisismo primario e instaura en su mente el yo ideal, empieza a tener representaciones temporales de sí mismo. El yo ideal se refiere a la etapa en la que el bebé se vive como uno con su madre, quien satisface todas sus necesidades. Es una etapa simbiótica donde el bebé cree que es él mismo quien se regula, alimenta, cuida, etcétera. Poco a poco, el bebé nota que su madre y él son dos seres separados, y que necesita del mundo externo (al que ahora pertenece la madre) para satisfacer sus deseos y calmar su displacer. Queda entonces, la huella mnémica de este ser omnipotente y perfecto, el yo-ideal que “no será alcanzado en el futuro pero será fantaseado en el presente” (Loewald, 1962). Este yo ideal, “se convierte gradualmente en algo que puede ser deseado y alcanzado: se convierte en el ideal del yo”. En otras palabras, el ideal del yo es la imagen de lo que queremos ser en un futuro. Este proceso permite al yo visualizarse en el pasado (yo-ideal), en el presente (yo) y en el futuro (ideal del yo).
Para complicar la ecuación, en la mente no existe sólo el tiempo objetivo y no es el único al que se refiere Loewald. Hay un abismo entre el tiempo relatado a través de la historia y el tiempo comprendido en la mente de un niño que se desarrolla, o de un adulto que se siente preso del tiempo.
Tal vez habrán notado que anteriormente faltó mencionar una gran cultura, base de las civilizaciones occidentales, la griega. Esto es, porque el tiempo comprendido por los antiguos griegos dista del tiempo impuesto por los romanos. Los griegos tenían dos palabras para el tiempo: cronos y kairos. Cronos es un tiempo cuantitativo mientras que kairos es cualitativo. El tiempo para los griegos era cíclico y confieso, difícil de comprender para mí. Me parece interesante el uso de dos palabras para el tiempo, pues implica dos representaciones-palabra. Loewald habla del tiempo objetivo y el tiempo psíquico. El objetivo, más parecido a cronos, es el que se desarrolló a lo largo de los siglos, el que está establecido el los calendarios y el reloj de nuestros celulares, en el que todos podemos estar de acuerdo. Por su parte, el tiempo psíquico, es aquel que no se rige por reglas racionales. Cuando un paciente nos habla sobre su pasado, ya sea el enojo del día anterior o de hace años, revive al pasado y lo experimenta como presente. La expectativa angustiante trae el futuro al presente. El uso de la transferencia es el uso del tiempo psíquico, siempre accesible a la consciencia y al presente. Cuando hacemos una interpretación, es necesario saber en qué tiempo se encuentra la psique del paciente, para hablarle desde ese tiempo, desde esa manera de comprender el mundo. Kairos también significa el tiempo adecuado, que es el que luchamos por encontrar, el famoso timing, imprescindible para que nuestra interpretación penetre en la mente del paciente y exista en su universo psíquico.
Admitir la existencia del tiempo psíquico y del objetivo es tolerar la ambigüedad y la ambivalencia. Es también, tolerar la frustración que impone el mundo externo, ver las manecillas del reloj pasar con impaciencia y aceptar que éstas avanzan sin importar cómo las percibamos. La noción temporal es el resultado de un desarrollo sano o un desarrollo suficientemente bueno, no algo dado. He hablado en términos de la mayoría, sin embargo, un punto clave a explorar en cualquier examen mental es la orientación en el tiempo. Si nos llega un paciente que refiere estar en el año 5000 de la era de Zión, podemos pronosticar que el juicio de realidad no está operando de manera adecuada. Ubicarse en el tiempo es distinguir mundo interno de mundo externo, tiempo psíquico de tiempo objetivo, es integrar lo escindido. Una persona con neurosis depresiva podrá experimentar los días más lentos, sentirse presa de su pasado, al que quisiera regresar, pero sabe que no puede, y es por esto que sufre. MacKinnon (2008) describe el tiempo del depresivo con la siguiente imagen, “en casos extremos es como si se estuviera contemplando una película en cámara lenta.”
Una persona con esquizofrenia, pasará del presente al pasado sin el menor escalón, como si todos estuvieran activos al mismo tiempo. Recuerdo un paciente que me platicaba de eventos actuales y repentinamente relataba tener un año de edad, escaparse de su casa y salir a recorrer la ciudad. Me resultaba complicado seguirle el paso porque todos los tiempos en él pasaban al mismo tiempo, tenía un año y al mismo tiempo que tenía cuarenta y nueve. Este paciente, gravemente dañado por la esquizofrenia y el abuso de sustancias.
El tiempo se concibe de maneras diferentes, todas de acuerdo a la personalidad que las entiende. Hay quienes no toleran que alguien les haga perder su tiempo, ya sea el tráfico, la fila del banco, o perder su tiempo con la persona equivocada. A una de mis pacientes le aterra terminar la relación con su novio, pues habrá perdido el tiempo que “invirtió”. La gente habla del tiempo como suyo, es común escuchar diferentes versiones de la frase es mi tiempo. Parece entonces que el tiempo es vivido como un contenido interno, que puede ser bien o mal invertido. En un mundo dominado por el capitalismo, el tiempo se convierte en dinero que se aprovecha o se desperdicia, dando lugar a la frase mundialmente famosa el tiempo es dinero.
El tiempo es lo que se escapa de las manos, lo incapturable, como el agua en las manos. Guerrero (2014) explica que “La transitoriedad que por condición esencial provoca el tiempo, se junta con la sensación de falta de lo incapturable, y juntos, producen un sentimiento inconsciente pero siempre presente de duelo.” Es por esto que en una personalidad depresiva, el tiempo será de importancia central, como lo serán todos los duelos. Esto me regresa al lugar por donde empecé: la ambivalencia en el festejo de año nuevo. Para recibir un año, hay que aceptar la pérdida del que acabó. Si el tiempo es un contenido interno, hay que tolerar perderlo. Sin embargo, el tiempo también está afuera, y avanza sin importarle nuestra actitud hacia él, nuestros deseos de detenerlo, la ilusión milenaria de hacerlo verdaderamente nuestro.
El tiempo es efímero y su paso es el recordatorio de que nosotros lo somos también, tal vez a esto se refería Marie Bonaparte cuando dijo que los relojes le dan al niño sus lecciones más crueles. Tal vez sea por esto que el año nuevo despierta defensas hipomaniacas o maniacas, (pues evidentemente, es imposible pedir un deseo por segundo, al ritmo que comemos doce uvas). Doce: el mismo número que los egipcios escogieron cósmicamente. Tal vez, los habitantes de las ciudades buscan salir de ellas en esta fecha para regresar al tiempo de la naturaleza. Al mismo tiempo, el ritual representa el deseo de seguir, de celebrar el futuro del que esperamos ser parte.
Fenichel (1961) habla sobre las capas psíquicas a las que hay que acceder durante el análisis, lo cual me hace pensar si existirán también capas temporales del yo: esto es, el yo del paciente durante la latencia, o el yo durante su divorcio, etcétera. Aunque el self es constante a lo largo del tiempo, considero que el yo tiene versiones de sí a través del tiempo. Por ejemplo, una persona soltera de 20 años no se comportará, ni pensará igual que esa misma persona a los 40 años, casado y con hijos. Al principio de este trabajo preguntaba yo, a modo irónico, si nuestro self cambiará de un día a otro. Es evidente que no. Sin embargo los seres humanos vemos en las fechas tajantes, como el año nuevo o los cumpleaños, la posibilidad de acercarse más al ideal del yo. Lo sensato sería hacer deseos y propósitos adecuados, que no rayen en un optimismo inalcanzable que deja, casi siempre, una sensación de fracaso.
El tiempo es un constructo social que ha permeado a las esferas más íntimas de la psique. Nadie se salva del duelo que implica, independientemente de la personalidad que lo viva, atraviese y pierda. Llenamos el concepto del tiempo con fantasías como la de la eterna juventud, para protegernos de la angustia de muerte que conlleva. El tiempo es la medida que define nuestra permanencia.
Quisiera terminar con una frase que ha llegado a mí, de manera repentina, preconsciente, al esbozar mis conclusiones. Estas palabras, de una bolero popular mexicano, retratan a mi parecer, lo más pesado de la noción del tiempo:
Reloj no marques las horas,
porque voy a enloquecer
(…)
Y tu tic tac me recuerda
mi irremediable dolor.
Reloj detén tu camino,
porque mi vida se apaga
(…)
Detén el tiempo en tus manos,
haz esta noche perpetua,
para que nunca se vaya de mí,
para que nunca amanezca.
Roberto Cantoral, 1956
Publicado originalmente en: https://spm.mx/2018/la-nocion-del-tiempo-y-sus-implicaciones-psiquicas/
En México existe la tradición de emplear los últimos doce segundos del año para comer doce uvas, al ritmo de las últimas campanadas. Cada campanada y cada uva representan los meses del año y todas deben de ir acompañadas de un deseo. La tradición es tan popular, que una bolsa de uvas puede costar el triple de su precio habitual un 31 de diciembre. Para el fin de año, las carreteras van embotelladas por quienes tienen los medios para salir de la ciudad e ir a festejar.
Muchos tienen la costumbre de hacer extensivos propósitos de año nuevo y es célebre la frase “año nuevo, vida nueva” o new year, new me, en inglés. Ante todo esto yo me pregunto ¿por qué? ¿Qué tanto puede cambiar la realidad del 31 de diciembre al 1 de enero? ¿Estrenamos self con el cambio de calendario? Creo que lo que hay detrás de estas costumbres y rituales, a mi parecer hipomaniacas, existe una gran ambivalencia y angustia.
Con el comienzo de este año, un paciente me platicó cómo el cambio de año lo hizo sentir triste, terriblemente triste. Me contó cómo “darle otra vuelta al Sol” lo hacía sentir que no había alcanzado nada, que se le había ido otro año sin lograr sus metas, lo cual hizo que dieran vueltas en mi cabeza preguntas como ¿quién decide que le damos una vuelta al Sol al acabar diciembre? ¿Por qué el tiempo tiene este peso sobre los humanos?
He escogido el año nuevo como ejemplo ya que es un fenómeno mundial y uno de los casos más claros de lo que la noción temporal puede hacer en la conducta y pensamiento de los humanos. Sin embargo, quisiera dedicarme de ahora en adelante al problema del tiempo. Le llamo problema, pues desde su definición es ambiguo. En el Diccionario de la lengua española, la palabra tiempo tiene dieciocho definiciones. Empezando por aquí, puedo decir que la palabra tiempo es difícil de definir por la cantidad de representaciones psíquicas que implica. A la vez, su medición es un sistema minuciosamente armado, cuya unidad principal es el segundo y basta con abrir un teléfono celular para tener la certeza absoluta de cuál es el momento en el que nos encontramos. Un segundo dura un segundo, no más, no menos. El tiempo es tan preciso como confuso, pues hay horas que se pasan volando, y horas que parecen eternas, pero todas duran sesenta minutos.
Una de mis más grandes intrigas durante esta investigación fue entender cómo llegamos a la medición temporal actual, quién decidió en qué momento empezó el tiempo. Así como he aprendido que para dar una interpretación es necesario tener un mapa mental del paciente, considero imprescindible conocer los orígenes de la noción temporal para explicar su función actual.
Vivimos en el año 2016 pero estamos conscientes (o preconcicentes) de que el mundo tiene mucho más de dos mil años de edad. El geoquímico C.C. Patterson, tras romperse la cabeza trabajando con meteoritos restantes de la creación de la Tierra, estimó que nuestro planeta tiene alrededor de cuatro mil quinientos millones de años. Desde entonces, el tiempo corrió sin medirse, el tiempo corrió sin existir, desde el mundo de protozoarios hasta las primeras civilizaciones.
Para estas culturas, pertenecientes al periodo neolítico, fue necesario un sistema que les permitiera sacar mejor provecho de la tierra en los diferentes climas. Es decir, que las estaciones se empezaron a medir a partir del inicio de la agricultura. Los primeros calendarios registrados pertenecen a los babilonios y egipcios, son de hace más de 5000 años y servían para coordinar eventos públicos, planear el comercio y regular la siembra. Las culturas más cercanas al cono sur adoptaron un calendario lunar, mientras que aquellas en que los días son más largos se rigieron por ritmo del Sol.
Los egipcios observaron doce constelaciones, por lo que decidieron dividir cada periodo de luz, y cada periodo de obscuridad, en doce unidades. A partir de entonces, el tiempo deja de ser determinado por la naturaleza y comienza a estructurarse como un sistema arbitrario, que no se basa en ningún ciclo de la naturaleza. Estas horas empiezan a medirse con relojes de sol y por las noches, con relojes de agua. El sistema temporal egipcio es llevado por el Imperio Romano al resto de Europa, que será la base del calendario Juliano (creado en el año 45 a.C.), para finalmente convertirse en el calendario actual, el Gregoriano.
El gran parteaguas se da con el cristianismo. Puente (2010), explica que a partir de entonces “el concepto de tiempo aparece como diferente al de eternidad: es su sombra. El tiempo es algo creado y tiene comienzo y fin. Adquiere una estructura determinada y se subdivide en dos grandes épocas: la anterior y posterior al nacimiento de Cristo.” Este tiempo es vectorial, lineal, irreversible, y tiene su origen en un mito histórico. El cristianismo le quita al tiempo su cualidad cíclica para concentrarse en el pasado y el futuro.
Durante la Edad Media, la Iglesia católica fue el reloj del mundo. Los humanos de este entonces, sabían qué hora era al sonar las campanadas de las iglesias. Se dice que esto le daba a la Iglesia un poder particular (Puente, 2010). Sin embargo, los campesinos seguían guiándose por la naturaleza y mantenían aún la noción cíclica del tiempo.
Los tiempos feudales lentamente fueron reemplazados por el predominio de las ciudades. La ciudad es un lugar creado por el hombre que se aleja de la naturaleza, lo cual hizo necesario un mayor rigor en la medición del tiempo. El primer reloj mecánico registrado aparece en 1283 y da lugar a las horas uniformes. Respecto a esto, Puente (2010) describe que “con el triunfo del tiempo lineal y el aumento gradual de la precisión, el presente se comprime y se convierte en algo efímero, irreversible e inaprehensible. Al constatar que el tiempo no se detiene aún en esencia de hechos, empieza a percibirse la necesidad de economizarlo, de usarlo racionalmente y llenarlo de acciones útiles”.
Los relojes mecánicos también permiten que la medición del tiempo tenga un lugar más importante en el campo de las ciencias. Esto, a su vez, aumente la conciencia sobre la importancia del tiempo en sí.
En el siglo XIV, se instalan grandes relojes en las fachadas de los edificios municipales, inspirados en la astrología, medían también las órbitas de los planetas y estrellas. Para este entonces, la Iglesia ha perdido el poder social asociado con dictar la hora.
El tiempo medido por los relojes mecánicos, es llamado tiempo secular. Se parece mucho al actual, excepto por un detalle. Los relojes podían tener un margen de error, el cual no importaba; daba igual que fueran las cinco de la tarde, que las cinco y cuarto, las cinco y veinte, etcétera. Esto cambia con la llegada del ferrocarril, que exigió un tiempo oficial y exacto. Es a partir de aquí que en 1831 los observadores astronómicos comenzaron a dictar la hora exacta por telégrafo a las estaciones de tren. En 1852 el Observatorio de Greenwich establece un patrón único para Gran Bretaña y Estados Unidos impone cuatro husos horarios en su territorio. Finalmente, en la Conferencia Internacional del Meridiano de 1884 se decide dividir al mundo en 24 zonas horarias, facilitando la navegación y el comercio.
Este recorrido, en el que intento condensar una eternidad, es para mí espléndidamente ilustrativo. Así como el psicoanálisis propone mirar hacia atrás en la vida de una persona para comprender su personalidad, he hecho un esfuerzo por entender el largo camino recorrido hasta llegar a un sistema mundial, acatado por la gran mayoría. Para funcionar en sociedad, aceptamos decir que vivimos en el año 2016 y no en cualquier otro, aunque se trate de un número arbitrario. No es necesario ser cristiano para aceptar la división de los tiempos. La humanidad está en desacuerdo sobre muchos conceptos, pero el día y la hora, son un acuerdo tácito.
Hoy en día, es un lugar común escuchar frases como no tengo tiempo y los habitantes de las grandes ciudades parecen vivir perseguidos por el avanzar del reloj. La actual preocupación constante por el tiempo es un constructo que viene desde el momento en que dejamos de medir el tiempo, para que él nos midiera a nosotros. No estoy segura si esto empezó desde el primer reloj o con la revolución industrial, aunque más bien parece ser un proceso largo y bien instaurado en el psiquismo actual. En la cultura popular es muy fácil apreciar la angustia que despierta el paso del tiempo: basta con ver los tabloides que muestran hombres y mujeres que no envejecen, ya sea gracias al Photoshop, la cirugía estética, las plastas de maquillaje (o la combinación de los tres). El boom de la cirugía cosmética en los tiempos recientes habla de una sociedad que busca a toda costa negar el paso del tiempo en su cuerpo, que cree encontrar en lo falso y el plástico, la fuente de la eterna juventud.
Encuentro en la historia de la medición del tiempo, un paralelismo con el desarrollo psíquico: desde una época primitiva que al avanzar, desarrolla un lenguaje, se hace de la realidad a la vez que la realidad se hace de ella y que entre muchos otros sucesos, se adapta, como los pasos de un bebé hacia la adultez.
En su trabajo El tiempo y el inconsciente, Marie Bonaparte (1940) explica que los relojes son uno de los primeros maestros que tienen los niños. En la primera infancia, el tiempo es algo que pertenece al mundo de los adultos. Para el bebé existe lo que pasa ahora, y poco a poco va comprendiendo que no sólo existe el ahora. El niño comienza a ubicar sucesos que aún no existen, aprende a esperar algo que vendrá en un futuro. Conforme siga creciendo, su memoria se desarrollará más y con ello empezarán a existir los recuerdos. Este humanito empieza a comprender que vivó antes, vivirá después, y vive ahora. Para tener una noción del tiempo, es necesaria una mente capaz de recordar. Usaré como ejemplo a mi sobrino Iker, quien recientemente cumplió cuatro años. Al no haberlo visto el día de su cumpleaños, le pregunté, un mes después ¿cómo estuvo tu cumpleaños, Iker? a lo que reaccionó con un gesto de extrañamiento, e insistí: sí, fue tu cumpleaños. Con toda naturalidad el respondió; no, falta mucho. En mi mente adulta, su cumpleaños acababa de pasar, en la suya, no. Aunque el recuerdo no esté presente, ya existe la noción del futuro lejano, lejanísimo, para él.
Muchas escuelas de educación preescolar tienen en sus salones letreros con los días de la semana y los meses de año, lección que los niños repasan día tras día. ¿Qué día es hoy? ¿qué día fue ayer? ¿y mañana? son algunas de las preguntas básicas que hará una maestra de preescolar, que se repetirán una y otra vez. Así como a la humanidad le tomó siglos llegar al consenso actual, el niño necesita lo que para él bien podrían ser siglos (ya que en ellos el tiempo pasa mucho más lento) para ubicarse en el tiempo del Meridiano de Greenwich y entender que primero fue ayer, y que ayer fue lunes. Comprender el tiempo implica entender la causa y el efecto de las cosas. Un ejemplo de esto puede ser la resolución del complejo de Edipo, donde el niño o niña entiende que ceder ante sus deseos incestuosos le traerá consecuencias terribles, y opta por esperar a ser “grande,” como dicen los niños, y conseguir el amor de alguien como mamá y papá. Es decir: para que sea jueves, primero tiene que pasar el miércoles, y para tener una pareja, tengo que esperar a crecer.
Por otra parte, si entiendo que hoy es día martes, estoy consciente de que no estoy en un jueves, ni ningún otro día de la semana. ¿Por qué recalco esta obviedad? Porque al ubicarse en el día, el niño hace uso de su proceso de pensamiento secundario, ya que si usara el proceso de pensamiento primario, no podría entender lo negativo, lo ausente. El proceso primario es más primitivo que el secundario y caracteriza al sistema inconsciente. En mi experiencia, la manera más sencilla de entender el proceso primario es que se trata de la forma en la cuál pensamos al soñar. El proceso de pensamiento secundario es aquel en el que entra la lógica y el orden, el cual se va instalando en la mente de un niño durante su desarrollo.
Se habla repetidamente de la atemporalidad de lo inconsciente, desde las ideas de Freud hasta los complejos esquemas de Ignacio Matte Blanco. Bonaparte (1940) defiende esta hipótesis al referirse al sueño, reino de lo inconsciente, “pues el tiempo no es solo ‘el guardían del dormir’, es también el guardián de las ilusiones perdidas de la niñez, incluyendo la más fundamental de todas, aquella que se relaciona con el tiempo.”
Hans Loewald (1962) se pregunta qué es lo que une a las estructuras psíquicas, cuál es el principio que da unidad, y sugiere que aquello que las une es el tiempo. Para él, la comprensión de los diferentes tiempos implica el uso adecuado de las funciones sintéticas, integrativas, organizadoras, de presentación y representación del yo. En El tiempo y el superyó, este psicoanalista alemán explica cómo, cuando un individuo deja atrás el narcisismo primario e instaura en su mente el yo ideal, empieza a tener representaciones temporales de sí mismo. El yo ideal se refiere a la etapa en la que el bebé se vive como uno con su madre, quien satisface todas sus necesidades. Es una etapa simbiótica donde el bebé cree que es él mismo quien se regula, alimenta, cuida, etcétera. Poco a poco, el bebé nota que su madre y él son dos seres separados, y que necesita del mundo externo (al que ahora pertenece la madre) para satisfacer sus deseos y calmar su displacer. Queda entonces, la huella mnémica de este ser omnipotente y perfecto, el yo-ideal que “no será alcanzado en el futuro pero será fantaseado en el presente” (Loewald, 1962). Este yo ideal, “se convierte gradualmente en algo que puede ser deseado y alcanzado: se convierte en el ideal del yo”. En otras palabras, el ideal del yo es la imagen de lo que queremos ser en un futuro. Este proceso permite al yo visualizarse en el pasado (yo-ideal), en el presente (yo) y en el futuro (ideal del yo).
Para complicar la ecuación, en la mente no existe sólo el tiempo objetivo y no es el único al que se refiere Loewald. Hay un abismo entre el tiempo relatado a través de la historia y el tiempo comprendido en la mente de un niño que se desarrolla, o de un adulto que se siente preso del tiempo.
Tal vez habrán notado que anteriormente faltó mencionar una gran cultura, base de las civilizaciones occidentales, la griega. Esto es, porque el tiempo comprendido por los antiguos griegos dista del tiempo impuesto por los romanos. Los griegos tenían dos palabras para el tiempo: cronos y kairos. Cronos es un tiempo cuantitativo mientras que kairos es cualitativo. El tiempo para los griegos era cíclico y confieso, difícil de comprender para mí. Me parece interesante el uso de dos palabras para el tiempo, pues implica dos representaciones-palabra. Loewald habla del tiempo objetivo y el tiempo psíquico. El objetivo, más parecido a cronos, es el que se desarrolló a lo largo de los siglos, el que está establecido el los calendarios y el reloj de nuestros celulares, en el que todos podemos estar de acuerdo. Por su parte, el tiempo psíquico, es aquel que no se rige por reglas racionales. Cuando un paciente nos habla sobre su pasado, ya sea el enojo del día anterior o de hace años, revive al pasado y lo experimenta como presente. La expectativa angustiante trae el futuro al presente. El uso de la transferencia es el uso del tiempo psíquico, siempre accesible a la consciencia y al presente. Cuando hacemos una interpretación, es necesario saber en qué tiempo se encuentra la psique del paciente, para hablarle desde ese tiempo, desde esa manera de comprender el mundo. Kairos también significa el tiempo adecuado, que es el que luchamos por encontrar, el famoso timing, imprescindible para que nuestra interpretación penetre en la mente del paciente y exista en su universo psíquico.
Admitir la existencia del tiempo psíquico y del objetivo es tolerar la ambigüedad y la ambivalencia. Es también, tolerar la frustración que impone el mundo externo, ver las manecillas del reloj pasar con impaciencia y aceptar que éstas avanzan sin importar cómo las percibamos. La noción temporal es el resultado de un desarrollo sano o un desarrollo suficientemente bueno, no algo dado. He hablado en términos de la mayoría, sin embargo, un punto clave a explorar en cualquier examen mental es la orientación en el tiempo. Si nos llega un paciente que refiere estar en el año 5000 de la era de Zión, podemos pronosticar que el juicio de realidad no está operando de manera adecuada. Ubicarse en el tiempo es distinguir mundo interno de mundo externo, tiempo psíquico de tiempo objetivo, es integrar lo escindido. Una persona con neurosis depresiva podrá experimentar los días más lentos, sentirse presa de su pasado, al que quisiera regresar, pero sabe que no puede, y es por esto que sufre. MacKinnon (2008) describe el tiempo del depresivo con la siguiente imagen, “en casos extremos es como si se estuviera contemplando una película en cámara lenta.”
Una persona con esquizofrenia, pasará del presente al pasado sin el menor escalón, como si todos estuvieran activos al mismo tiempo. Recuerdo un paciente que me platicaba de eventos actuales y repentinamente relataba tener un año de edad, escaparse de su casa y salir a recorrer la ciudad. Me resultaba complicado seguirle el paso porque todos los tiempos en él pasaban al mismo tiempo, tenía un año y al mismo tiempo que tenía cuarenta y nueve. Este paciente, gravemente dañado por la esquizofrenia y el abuso de sustancias.
El tiempo se concibe de maneras diferentes, todas de acuerdo a la personalidad que las entiende. Hay quienes no toleran que alguien les haga perder su tiempo, ya sea el tráfico, la fila del banco, o perder su tiempo con la persona equivocada. A una de mis pacientes le aterra terminar la relación con su novio, pues habrá perdido el tiempo que “invirtió”. La gente habla del tiempo como suyo, es común escuchar diferentes versiones de la frase es mi tiempo. Parece entonces que el tiempo es vivido como un contenido interno, que puede ser bien o mal invertido. En un mundo dominado por el capitalismo, el tiempo se convierte en dinero que se aprovecha o se desperdicia, dando lugar a la frase mundialmente famosa el tiempo es dinero.
El tiempo es lo que se escapa de las manos, lo incapturable, como el agua en las manos. Guerrero (2014) explica que “La transitoriedad que por condición esencial provoca el tiempo, se junta con la sensación de falta de lo incapturable, y juntos, producen un sentimiento inconsciente pero siempre presente de duelo.” Es por esto que en una personalidad depresiva, el tiempo será de importancia central, como lo serán todos los duelos. Esto me regresa al lugar por donde empecé: la ambivalencia en el festejo de año nuevo. Para recibir un año, hay que aceptar la pérdida del que acabó. Si el tiempo es un contenido interno, hay que tolerar perderlo. Sin embargo, el tiempo también está afuera, y avanza sin importarle nuestra actitud hacia él, nuestros deseos de detenerlo, la ilusión milenaria de hacerlo verdaderamente nuestro.
El tiempo es efímero y su paso es el recordatorio de que nosotros lo somos también, tal vez a esto se refería Marie Bonaparte cuando dijo que los relojes le dan al niño sus lecciones más crueles. Tal vez sea por esto que el año nuevo despierta defensas hipomaniacas o maniacas, (pues evidentemente, es imposible pedir un deseo por segundo, al ritmo que comemos doce uvas). Doce: el mismo número que los egipcios escogieron cósmicamente. Tal vez, los habitantes de las ciudades buscan salir de ellas en esta fecha para regresar al tiempo de la naturaleza. Al mismo tiempo, el ritual representa el deseo de seguir, de celebrar el futuro del que esperamos ser parte.
Fenichel (1961) habla sobre las capas psíquicas a las que hay que acceder durante el análisis, lo cual me hace pensar si existirán también capas temporales del yo: esto es, el yo del paciente durante la latencia, o el yo durante su divorcio, etcétera. Aunque el self es constante a lo largo del tiempo, considero que el yo tiene versiones de sí a través del tiempo. Por ejemplo, una persona soltera de 20 años no se comportará, ni pensará igual que esa misma persona a los 40 años, casado y con hijos. Al principio de este trabajo preguntaba yo, a modo irónico, si nuestro self cambiará de un día a otro. Es evidente que no. Sin embargo los seres humanos vemos en las fechas tajantes, como el año nuevo o los cumpleaños, la posibilidad de acercarse más al ideal del yo. Lo sensato sería hacer deseos y propósitos adecuados, que no rayen en un optimismo inalcanzable que deja, casi siempre, una sensación de fracaso.
El tiempo es un constructo social que ha permeado a las esferas más íntimas de la psique. Nadie se salva del duelo que implica, independientemente de la personalidad que lo viva, atraviese y pierda. Llenamos el concepto del tiempo con fantasías como la de la eterna juventud, para protegernos de la angustia de muerte que conlleva. El tiempo es la medida que define nuestra permanencia.
Quisiera terminar con una frase que ha llegado a mí, de manera repentina, preconsciente, al esbozar mis conclusiones. Estas palabras, de una bolero popular mexicano, retratan a mi parecer, lo más pesado de la noción del tiempo:
Reloj no marques las horas,
porque voy a enloquecer
(…)
Y tu tic tac me recuerda
mi irremediable dolor.
Reloj detén tu camino,
porque mi vida se apaga
(…)
Detén el tiempo en tus manos,
haz esta noche perpetua,
para que nunca se vaya de mí,
para que nunca amanezca.
Roberto Cantoral, 1956
Publicado originalmente en: https://spm.mx/2018/la-nocion-del-tiempo-y-sus-implicaciones-psiquicas/